7 jun 2010

  
Fuentes, Carlos, El naranjo, o los círculos del tiempo (1993), Buenos Aires, Alfaguara, 2006.
  
Los cinco relatos de “El naranjo, o los círculos del tiempo” (1993), de Carlos Fuentes, abarcan distintos lugares y épocas: En “Las dos Numancias”, la celtíbera ciudad de Numancia que Publio Cornelio Escipión Emiliano sitió y arrasó en el año 133 a.C.; en “Las dos orillas”, la ciudad de Tenochtitlan, destruida en 1521 por Hernán Cortés, que había llegado a Yucatán en 1519 y regresó a España para morir en 1541; encontramos al México colonial, en “Los hijos del conquistador”, cuyos protagonistas son Martín 1 (hijo de Cortés y María de Zúñiga) y Martín 2 (hijo de Cortés y Malinche); en “Apolo y las putas”, Vicen Valera, un galán de Hollywood, muere a bordo de una embarcación llamada “Las dos Américas”, en la que viajaba con siete putas acapulqueñas; “Las dos Américas” reúne “fragmentos del diario de un marinero genovés”, en el que se entrelazan mentiras y verdades sobre el Nuevo Mundo.

Si bien cada uno de estos relatos puede leerse de manera separada, se articulan entre sí en el universo imaginario que propone la novela, cuyo centro es un naranjo. Este árbol es introducido por los árabes en España y de ahí llega a América. El periplo del naranjo y al fin su ubicuidad se liga simbólicamente a la noción de transculturación, entendida como un proceso que ocurre en dos direcciones dentro de la relación conquistador - conquistado. Esta tensión entre ambos términos atraviesa a todos los personajes.

El fondo histórico de estos relatos es la conquista. Cambian los lugares, los nombres y las fechas pero la catástrofe es la misma. Como en Borges, aquí la historia y la literatura no se disputan la verdad de los hechos. La historia necesita ser contada. Y ese relato se crea en el mismo ámbito discursivo que la literatura. “Me pregunto si un evento que no es narrado, ocurre en realidad. Pues lo que no se inventa, sólo se consigna. Algo más: una catástrofe (y toda guerra lo es) sólo es disputada si es narrada. La narración la sobrepasa. La narración disputa el orden las cosas. El silencio lo confirma”.

2 dic 2009

  
Bolaño, Roberto, Amuleto, Barcelona, Anagrama, 1999.
  
México, septiembre de 1968. La policía toma la Facultad de Filosofía y Letras. Allí estaba una mujer uruguaya, Auxilio Lacouture. Para ser precisos, Auxilio estaba en el baño de mujeres de la cuarta planta de la facultad. Sentada en el inodoro, con la falda recogida, leía unos poemas de Pedro Garfias. Cuando comprendió lo que sucedía afuera, se dijo: “Auxilio Lacouture, ciudadana del Uruguay, latinoamericana, poeta y viajera, resiste.” Y eso fue lo que hizo Auxilio: resistir. ¿Cuánto tiempo estuvo recluida allí dentro, sin comer? Varios días, probablemente más de diez. Pero el cálculo es inútil. El trayecto del reflejo de la luna sobre las baldosas del baño marca el transcurso de un tiempo. La conciencia de Auxilio está adherida a ese tiempo, a ese lugar. La facultad recuperará su autonomía, Auxilio volverá a recorrer las callas del D. F., los bares donde se reúnen jóvenes poetas de México y de otras partes de Latinoamérica. Sin embargo, todo aquello que después podría parecernos un retorno a aquel momento, a septiembre del 68, al baño de mujeres de la cuarta planta de la facultad, puede que no sea más que una ilusión. Quizá Auxilio jamás haya podido salir verdaderamente de aquel baño. Lo cierto es que no puede afirmarse lo primero ni lo segundo: “(...) el tiempo o no se detiene nunca o está detenido desde siempre (...)”. Para Auxilio, que está sujeta a estas dos temporalidades, el tiempo no se detiene nunca y está detenido desde siempre.
   
Roberto Bolaño nació en Chile, en 1953. Vivió un tiempo en México, recorrió algunos países de Latinoamérica, viajó por África y Europa. Finalmente se estableció en España. La situación económica de Roberto Bolaño era acuciante. Se desempeñó en muchos oficios. Trabajó como cocinero, lavacopas, camarero, mayordomo. La mayor parte de su obra fue escrita bajo la amenaza de una insuficiencia hepática que terminó con su vida en 2003. En 1998 ganó el “Premio Rómulo Gallegos” con su novela Los detectives salvajes. Desde entonces, su obra ha generado gran interés en un público cada vez más amplio.

27 oct 2009

 

Lo que se pierde reúne siete relatos que dan cuenta de un mundo por momentos absurdo, sórdido, perverso. Los modos en que los personajes se vinculan con su entorno son formas de la violencia, cuyo mejor registro suele hallarse en los cuerpos de los propios personajes. Por eso, aquí no sólo es importante que los personajes nos hablan con su voz, sino que también tienen un cuerpo, y ese cuerpo nos habla.
   
Hace unos años, Elsa Drucaroff señaló en un artículo que los textos de Alejandra Zina se relacionan lejanamente con un “realismo social”, ahora “menos dramático y urgente”. Sobre ese fondo de realismo, el tono de los textos de Alejandra Zina explora sus posibilidades. Hay gradaciones, matices. En “Baldío”, el tono parece hallar la tensión poética precisa. En esa línea se encuentra un texto de reciente aparición, “El almacén”, publicado en la edición de junio de la revista “Mil Mamuts”.
   
En una época como la nuestra, en la que cualquier rasgo de realismo frecuentemente es tratado con desdén, la tarea es ardua. Dentro de lo que se considera realismo coexisten diferentes tendencias, más o menos apegadas a un modelo realista tradicional. En los cuentos de Alejandra Zina, existe la referencia de la ficción a “lo real”, pero a “lo real” entendido como un equívoco. Es ante lo equívoco que los personajes viven como sueñan: solos.
   
* Alejandra Zina nació en Buenos Aires en 1973. Publicó dos antologías: Erótica Argentina (Buenos Aires, Atril, 2000) y, en coautoría, En primera persona. Correspondencia argentina en dos siglos (Buenos Aires, Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 2004). Lo que se pierde, su primer libro de cuentos, fue publicado en 2005 por la editorial “Carne Argentina”. Da talleres de escritura en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica.